sábado, 31 de marzo de 2012

El Cascanueces

El Cascanueces
Adaptación del cuento de
E.T.A Hoffmann realizada
por María Canosa
Ilustrador: David Pintor
Editorial: Pablo Zaera
De 7 a 107 años
Joaquín, de 10 años, puede contar que vivió en directo una gran batalla. Todo ocurrió cuando, a causa de la gripe, tuvo que quedarse un par de días en la cama con fiebre muy alta.
Recuerda, vagamente, que su madre le había puesto un paño de agua fría en la frente. También recuerda, de manera confusa, que alguien –es incapaz de saber quién, aunque sospecha de una tía que vive en A Coruña– le dejó encima de la almohada un libro titulado El Cascanueces. Y recuerda, en fin, que se puso a leerlo y que se durmió al terminar la lectura. Hasta aquí sus recuerdos más débiles.
Los recuerdos más vivos son de cuando despertó. Joaquín se frotó los ojos. ¿Dónde estaba? Aquella era y no era su habitación. El libro que acababa de leer se encontraba abierto por la última página, en un extremo de la almohada.
De repente, vio infinidad de ratones por todas partes. Iban vestidos con trajes a rayas y parecían, por sus torcidas sonrisas, los malos de una película.
El niño volvió a frotarse los ojos. ¿Estaría soñando? ¿Sería la fiebre que le hacía ver visiones?
Pero ni soñaba ni tenía fiebre. Mientras pensaba qué podía hacer contra aquella invasión de roedores, vio aparecer un ejército de soldados de juguete que, con gran arrojo, se lanzaron contra los ratones. Fue una batalla terrible. Luchaban con furia, sin permitirse ni un momento de respiro.
A Joaquín le costaba creer que aquello era real, aunque hasta podía tocar a los dos ejércitos. De pronto se dio cuenta de lo que estaba pasando: ¡había dejado el libro abierto encima de la almohada y los personajes, y todo lo que en él ocurría, se había desparramado por su habitación! Se reconocía con facilidad, pues lo que había cobrado vida en su cuarto eran los magníficos dibujos del cuento. Así que, sin dudarlo un momento, se lanzó al otro extremo de su cama y cerró el libro de golpe. Y en ese instante todo volvió a ser como era antes.
Joaquín ha vuelto a leer El Cascanueces. Ahora ya sabe por qué sucedió aquella batalla entre los ratones y los juguetes, y, también, que puede revivirlo cuando quiera. También sabe que los libros, una vez leídos, deben cerrarse, pues, si se dejan abiertos, todo lo que en ellos sucede invade eso que llamamos el «mundo real».
Texto y fotografía: Paco Abril

El sueño de Lu Shzu

El sueño de Lu Shzu
Autor: Ricardo Gómez
Ilustradora: Tesa González
Editorial: Edelvives
De 7 a 107 años
A María, Cristina y Olaya su profesora les había puesto un reto difícil: «Tenéis que entrevistar a alguien que salga en un cuento, pero que no sea persona ni animal».
Tras mucho buscar, decidieron entrevistar a una muñeca que aparecía en el libro titulado El sueño de Lu Shzu. Y tomaron esta decisión por dos motivos: primero, claro, porque salía una muñeca que encajaba en lo que les había pedido su maestra, al no ser ni persona ni animal; segundo, porque el libro les atrajo desde el primer momento. Todo en él les llamaba la atención: su gran tamaño, las estupendas ilustraciones y hasta el papel de sus páginas que daba gusto acariciarlo.
Nada más entrar en el libro, las tres entrevistadoras se encontraron con la muñeca. Estaba decaída, como si acabara de ocurrirle algo que le hubiese hecho sentirse muy triste.
Las niñas la saludaron con afecto y le dijeron:
–No quisiéramos molestarte, pero te vemos muy apenada, ¿te podemos ayudar?
–Oh, muchas gracias por preocuparos por mí. Vuestro interés es la mejor ayuda. Estoy afligida porque una niña, nada más verme, exclamó: «¡Qué muñeca tan fea!». Me habría gustado contarle mi historia.
–Por favor, cuéntanosla a nosotras.
–Lo haré encantada. Yo nací en un sitio muy lejano, donde nacen los juguetes.
Las tres compañeras escucharon con el corazón encogido la historia de aquella muñeca y de las dagonmei, las chicas trabajadoras que las fabrican.
La conversación duró mucho tiempo. No podemos resumirla aquí, pero si queremos deciros que en El sueño de Lu Shzu está todo lo que la muñeca les contó a las niñas. Una historia que habla del durísimo trabajo que niños y niñas de muchas partes del mundo están obligados a realizar para que los que viven en los países más pudientes puedan disfrutar de los juguetes que ellos fabrican.
Texto y fotografía: Paco Abril

Mi papá

Mi papá
Autoras:
Coralie Saudo y Kris Di Giacomo
Editorial: Kókinos
De 5 a 105 años
Daniel Suárez, de 5 años, quería regarle algo muy, muy bueno a su papá, pero no se le ocurría qué podía ser. Descubrió eso tan, tan bueno cuando fue con su madre a una librería. Nada más verlo supo que aquel era el mejor regalo para su padre. Era un libro que se titulaba, precisamente, Mi papá.
–Mamá, este libro le gustará mucho a papi, ¿a qué sí? –preguntó Dani a su madre.
–Yo diría que le entusiasmará –le contestó ella riéndose.
Leyeron el libro en voz alta hasta tres veces. Y cuanto más lo leían, más se convencía Daniel de que ese libro hablaba de su querido padre.
El protagonista de esta historia nos cuenta que tiene un papá muy bueno, muy grande y muy fuerte, aunque todas las noches, todas, tiene el mismo problema con él. ¿Qué problema? Pues que nunca, nunca se quiere ir a dormir. Aclaremos esto, ¿quién no se quiere ir nunca a dormir? El padre, por supuesto, ¿quién iba a ser? Y el niño, todas las noches, con mucha paciencia, le dice con voz muy dulce: «Papaíto querido…Ya es tarde, hay que irse a la cama para estar en plena forma por la mañana».
A partir de ahí la cosa se va complicando. Y mucho. Todos sabéis por experiencia que un papá que no se quiere ir a dormir es agotador.
Y eso que los niños utilizan los más variados recursos para que se duerman.
Los cuentos no suelen fallar para tranquilizarlos, son lo que más los calman, pero cuando terminas uno te piden otro y otro. En eso de los cuentos los papás suelen ser insaciables. Y después piden agua, y pis, y que dejes la luz encendida, incluso algunos ruegan a sus hijos, poniendo cara de lástima, que los metan con ellos en la cama.
No, no es nada fácil llevar a un papá a dormir cada noche, por eso este libro es ideal para ellos. Los retrata de forma tan deliciosa que les encantará.
¿Os imagináis qué ocurriría si los niños nunca se quisieran ir a dormir como les pasa a sus papás? Sería un mundo al revés, un mundo que cuesta imaginar.
Dani le regaló el libro a su padre, y como es normal, se lo tuvo que leer una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez sin que su papá se cansara de oírlo y, por supuesto, sin que se durmiera.
Texto y fotografías: Paco Abril

Fernando Furioso

Fernando Furioso
Autor: Hiawyn Oram
Ilustrador: Satoshi Kitamura
Editorial: Ekaré
De 7 a 107 años

Pier, de 10 años, se metió, sin darse cuenta, en la casa de Fernando Furioso, o lo que es lo mismo, en el libro que se titula así.
Nada más entrar se quedó perplejo, esto es, confuso ante lo que debía hacer o pensar.
Al traspasar la puerta, oyó a Fernando decirle a su madre que esa noche quería quedarse a ver una película en la televisión.
Pier pensó que eso es de lo más normal, pues a él también suele apetecerle más quedarse a ver la tele que ir a la cama.
La respuesta que recibió Fernando, también la ha oído Pier muchas veces.
–No, es muy tarde. Vete a la cama.
–Me pondré furioso –dijo Fernando.
Y dicho y hecho. Se puso tan furioso como un viento huracanado que destrozara todo a su paso. Su cólera fue peor que la del más terrible de los terremotos.
De nada sirvió que su madre, su padre, su abuela y su abuelo le dijeran: «¡Ya basta!».
Pues no bastó. La habitación, la casa, la ciudad, el mundo entero se deshicieron en migajas ante la imparable furia de Fernando.
Pier, asombrado, acompañó a ese Fernando furibundo a través de las páginas del libro, a través de la ciudad destruida, a través del espacio. Y se sintió más confuso que cuando se metió en su casa.
«¿Me habré comportado yo alguna vez como Fernando?», pensó Pier poniéndose un poco colorado.
Al terminar la lectura, cerró el libro con cuidado, con mucho cuidado, procurando que no se escapara ni una gota de la ira que había contenida en él.
Texto y fotos: Paco Abril

Hoyos

Título: Hoyos
Autor: Louis Sachar
Editorial: SM
A partir de 11 años

Hay quien piensa que si un chico comete una falta o un pequeño delito, hay que castigarlo con severidad para evitar que se convierta en un delincuente. Eso fue lo que pensó el juez que envió a Stanley Yelnats a un campamento para muchachos descarriados, o dicho con las palabras del juez, a un correccional. Y esto es lo que se cuenta en Hoyos, uno de los mejores libros juveniles que se han publicado en los últimos años.
Sin embargo, «Stanley no era un mal chico. Era inocente del delito por el que lo habían condenado. Simplemente estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado».
El campamento a donde lo envíaron para que se reformara, se llamaba Lago Verde, aunque allí no había ningún lago.
«Antes había uno muy grande, el lago más grande de todo Texas. Pero de eso hace más de cien años. Ahora es sólo una llanura de tierra reseca».
Ya tenemos el protagonista: el bueno de Stanley; ya tenemos el paisaje en el que va a transcurrir la novela: un lago seco, y ya sabemos que ese lugar inhóspito es un reformatorio a donde se manda a los chicos malos.
Con estos ingredientes, el autor de Hoyos, Louis Sachar, construye una novela intensa, que nos engancha desde la primera línea. Una novela de muy fácil lectura, pero de muy difícil escritura. Cada palabra y cada frase parecen haber sido pensadas y pesadas para que digan lo justo, lo necesario, lo preciso. Diríase que en ese texto, tan bien armado, no falta ni sobra nada. Y sin embargo lo leemos con pasmosa facilidad, como si el autor nos estuviera contando esta fascinante historia al oído, y nosotros no quisiéramos que parase de contar.
Sorprende comprobar que, justo en la mitad del libro, hay un hermoso cuento en el que se relata la historia de Lago Verde hace ciento diez años, cuando era el lago más grande de Texas. Es un cuento magnífico que puede leerse o contarse sin necesidad de conocer el resto de la novela. Tiene una gran fuerza como relato en sí mismo. Pero si lo leemos con la novela, tal y como el autor lo pensó, todo el relato, y ese mismo cuento, adquieren la dimensión de la pieza que nos faltara para completar un fabuloso puzzle. Eso es lo sorprendente.
En ese lugar desolado, que es ahora Lago Verde, Stanley y todos sus compañeros de campamento, tienen que cavar todos los días un hoyo en la tierra dura y reseca del lago. Un hoyo de un metro de diámetro por un metro de profundidad. Cavar cuando el termómetro marca treinta y cinco grados a la sombra, no es precisamente una tarea fácil. Es algo que te llena de ampollas las manos, de agujetas los músculos y de impotencia el corazón.
A quien lea este libro también le quedará un hoyo en su interior, un hoyo insaciable que pide más y más lecturas como la de esta novela extraordinaria.
Texto y fotografía: Paco Abril

Candela y el misterio de la puerta entreabierta

Candela y el misterio de la puerta entreabierta
Autora: Reyes Martínez
Ilustrador: Luis Ángel Cernuda
Editorial: Círculo Rojo
De 8 a 108 años

Cada poco, Jorge le pedía a Reyes, su madre, que le leyera lo que estaba escribiendo. Ella, aparte de trabajar en un hospital y ejercer de madre (la profesión más extraordinaria que existe), es escritora. Y Jorge su mejor crítico.
Ella le empezó a leer:
«Candela estaba mirando por la ventana. Todos los día la misma historia. Estaba harta de números, mapas, ríos y tablas de multiplicar…»
–Espera, mami, espera, todavía no me has dicho cómo se titula tu libro.
–Ah, es verdad, claro. Lo he titulado Candela y el misterio de la puerta entreabierta. ¿Te gusta?
–Sí, me gusta mucho que tenga la palabra misterio, y también lo de «la puerta entreabierta» porque detrás de ella puede pasar cualquier cosa. ¿Y qué le ocurre a esa niña? ¿Es un libro de mucho miedo? ¿Tiene enigmas que resolver?
–Ay, ay cuántas preguntas a la vez. Te contesto una por una. Candela, la protagonista, es una niña muy curiosa y muy imaginativa. Todos los días se detiene ante una casa muy vieja y misteriosa que atrae poderosamente su atención. La madre de Candela, dándose cuenta de su interés, le hace prometer que jamás entrará en esa casa. A lo del miedo te diré que he puesto una pizca, la suficiente para que guste sin que asuste. Y sí, habrá bastantes enigmas de los que tanto te fascinan.
–Y la niña va a desobedecer y va a entrar, ¡a qué sí!
–Espera, espera que las historias tienen su ritmo.
Pero Jorge no podía esperar, aquel relato había prendido su interés con la misma fuerza que a Candela le atraía la vieja casa. Así que aprovechando que su madre tenía que atender a otras ocupaciones, se metió en el libro justo en el momento en el que Candela atravesaba la puerta prohibida. Jorge la siguió. De repente –y aunque la niña no lo veía– quedaron los dos atrapados en una habitación.
–On et sepucoerp –escucharon decir a un niño–. Odnauc savleuser le amgine al atreup es árirba.
Jorge creyó que aquel niño hablaba una lengua extraña, pero luego pensó, que aquella forma de hablar debía de formar parte de un enigma. Lo importante era descubrir la clave para poder entender lo que el niño decía. Y no podía ser muy difícil.
–¡Jorge ven a cenar! –oyó decir a su madre–. ¿Dónde te has metido? Ven, que se enfría la cena.
El niño salió del libro. Sentía dejar allí sola a Candela. ¿Qué sería de ella?, ¿llegaría a resolver el enigma?, ¿qué misterios encerraba aquella casa? ¿lograría Candela salir de allí?
Todas estas preguntas se agolpaban en la cabeza de Jorge mientras cenaba sin prestar atención a lo que comía.
En la cama, cuando su madre fue a darle un beso de buenas noches, él pegó un salto en el colchón y exclamó:
–¡Ya lo tengo! atsah anañam, imam.
–Ya sé dónde has estado –le dijo con cariño su madre al oído–.
–Y ognet sahcum sanag ed revlov.
–De acuerdo. Mañana podrás hacerlo. Candela te estará esperando.
Texto y fotografía: Paco Abril

La conejita Marcela

La conejita Marcela
Autora: Esther Tusquets
Ilustradora: María Hergueta
Editorial: Kalandraka
De 7 a 107 años
Daniela acaba de realizar un extraordinario viaje siguiendo la recomendación de su tutora, que siempre les dice a sus alumnos: «Viajar es una de las mejores maneras de conocer el mundo».
Daniela recordaba que la primera vez que la maestra propuso lo de viajar, un niño preguntó:
–Seño, ¿vamos a ir en tren, en barco, en autobús o en avión?
A lo que la profesora respondió de forma enigmática:
–Lo que os propongo no necesita de esos medios de transporte, sino de un vehículo capaz de llevarnos, no solo al mundo exterior, sino al mundo interior. Y no sólo a esta época, sino a cualquier otra. ¿Alguien adivina a qué me refiero?
Una niña contestó preguntado.
–¿Es una máquina del tiempo?
–Puede decirse que sí, pero una máquina que no necesita ningún complicado artilugio para funcionar. ¿Qué es?
Y Daniela también recordaba que fue ella la que dio la respuesta al enigma.
–Yo creo que eso es un libro.
Antes de continuar, aclaremos que la profesora de Daniela había sustituido la actividad de las fichas de lectura, que a la mayoría de los alumnos les resultaban fatigosas y aburridas, por la realización de un «Cuaderno de viaje», en el que cada uno anotaría su experiencia viajera.
Daniela, que acababa de regresar de un viaje al libro titulado La conejita Marcela, tenía muy vivos los recuerdos de su aventura, y escribió en su cuaderno que, nada más entrar en el libro, fue a parar a una preciosa pradera verde y un hermoso río. Pero dejemos que sea ella quien no los cuente.
«Al llegar, observé que aquel lugar estaba lleno, de conejos. Unos eran blancos y otros negros. Enseguida me di cuenta de que nunca se mezclaban. Los blancos vivían en la parte más alta del río, donde el agua era más fresca y la hierba más rica. Los negros vivían más abajo, donde el agua no era tan limpia y la hierba no tan sabrosa. Todos parecían estar de acuerdo con esta diferencia. Nunca se preguntaban si las cosas podrían ser de otra manera. Los conejos blancos miraban al frente, los negros al suelo. Jamás se miraban a los ojos.
Un día vi como una pareja de conejos negros tuvieron una hija preciosa a la que llamaron Marcela. Marcela no era como las demás. Era negra, pero tenía un ojo descontrolado que miraba para donde le daba la gana. Y le daba la gana mirar de frente, lo que ponía muy nerviosos a los conejos blanco y muy, muy preocupados a los conejos negros. Esto supuso un gran cambio en la vida de aquel lugar».
Hasta aquí lo que contó Daniela. El que quiera saber las impresionantes peripecias que pasó la conejita Marcela, tendrá también que viajar al libro donde se narra su historia. Y se sorprenderá.
Texto y fotografía: Paco Abril