martes, 21 de febrero de 2012

El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza

Título:
El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza
Autores: Werner Holzwarth y Wolf Erlbruch
Editorial: Alfaguara
De 5 a 105 años
Javier Gutiérrez Cuervo, de 9 años, entró en la biblioteca con la intención de buscar un cuento para convertirlo en una obra de teatro.
Le atrajo uno que llevaba un título larguísimo: El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza.
Abrió la primera página y tuvo que apartarse a toda prisa para dejar paso a un topo muy enfadado que acababa de salir de su madriguera. El animalillo parecía lanzar chispas por sus ojillos miopes.
Centrémonos en lo ocurrido, porque Javier fue un testigo muy especial de lo que sucedió. Alguien dejó caer eso encima de aquel pobre topo en el mismo momento en el que asomaba la cabeza al exterior.
Eso era gordo y marrón, se parecía un poco a una salchicha. A Javier le entraron unas enormes ganas de reírse, pero cuando vio la maldita gracia que le había hecho al topo, se contuvo.
El animal se enfadó con razón. ¡Cómo no se iba a enfadar! Imagina que eso te lo hacen a tí, que nada más salir del portal de tu casa, ¡plaf!, alguien te deposita eso encima de tu cabeza.
Seguro que exclamarías mirando hacia arriba:
«¡Qué ordinariez! ¿Se puede saber quién se ha hecho esto en mi cabeza?».
Javier siguió al indignado topo que, cual detective, quería encontrar al culpable para darle un merecido castigo.
Oyó cómo preguntaba a los animales que andaban alrededor de su madriguera, tratando de averiguar quién era el autor de tan enorme grosería.
Oyó también como todos le contestaban, con exquisita educación, que ellos nada tenían que ver con ese desagradable asunto. Y para que lo comprobara, cada uno le hizo una demostración de cómo hacía eso.
A Javier le resultó apasionante seguir las averiguaciones de este personajillo.
Al final, el topo, como todo buen detective, acabó preguntando a los mejores expertos, a los que más sabían de esa materia. ¿Y quiénes eran los auténticos entendidos en ese asunto tan oloroso? Las moscas, por supuesto.
Javier comprobó que este libro trataba de eso sin necesitad de llamarlo por su nombre, con una gran delicadeza. Y comprobó también que se leía sin respirar, que era un libro de los que dejan huella permanente, que estaba muy bien dibujado, y que, por supuesto, serviría para convertirlo en una magnífica obra de teatro. Y, si se hacía, él pediría ser el topo.
Texto y fotografía: Paco Abril