lunes, 21 de febrero de 2011

Las crónicas de Narnia


Título: La crónicas de Narnia
Autor: C. S. Lewis
Ilustradora: Pauline Baynes
Editorial: Destino
De 8 a 108 años



Alfredo caminaba distraído delante de sus padres. Ellos hablaban de a dónde irían de vacaciones. Al pasar delante del escaparate de una agencia de viajes, le llamó la atención un enorme cartel. Lo leyó sin acabar de creerse lo que ponía.
«SI ERES CAPAZ DE LEER ESTE MENSAJE PUEDES VIAJAR A NARNIA. SERÁN LAS VACACIONES MÁS FABULOSAS DE TU VIDA. INFÓRMATE AQUí».
«¿Dónde estará Narnia?», pensó, «¿Y qué querrá decir eso de si eres capaz de leer este anuncio?»
Sus padres se acababan de parar a charlar con unos amigos.
–¿Qué tal, muchacho? ¿Qué miras tan atento? –le preguntó uno de ellos.
–Estaba mirando eso –dijo señalando el enorme cartel.
–Ah, estás viendo la fotografía de la noria de Singapur, la mayor del mundo.
Se fijó bien. Donde el amigo de sus padres veía la noria, él sólo veía el cartel de Narnia.
–Voy a entrar a ver una cosa en esta agencia, les dijo a sus padres.
Ellos asintieron, pues confiaban plenamente en él.
Lo recibió un hombre mayor, de aspecto bondadoso.
–Pasa, pasa. Por fin alguien ha descifrado el mensaje. Empezaba a sospechar que ya nadie sabía leer.
Aquel hombre infundía serenidad y respeto.
–¿Quieres viajar a Narnia?
Alfredo se atrevió a preguntar con cierta timidez.
–¿Dónde está ese país o lo que sea?
–Narnia está allá, al otro lado –respondió el hombre señalando hacia un lugar indefinido.
–¿Y cómo se va a Narnia? –preguntó Alfredo.
–Oh, eso es muy fácil para aquellos a los que les gusta leer como a ti. ¿Te apetece ir ahora mismo? Puedes ir y volver cuando quieras.
–Es que mis padres están afuera, esperándome.
–Lo sé, lo sé, no te preocupes, aunque te parezca extraño, el encuentro con esos amigos lo he preparado yo. Van a estar hablando un buen rato. Aquí tienes la única manera de entrar en Narnia –dijo mostrándole un gran libro.
–¡Pero si sólo es un libro! –exclamó Alfredo.
–¿Sólo un libro? No, no. Es mucho más que eso. Es la Puerta de Narnia, la única por la que podrás entrar al mundo del otro lado. Ábrela y compruébalo.
Ay, si pudiera extenderme más os diría, lectores y lectoras, que aquella tarde Alfredo entró en Narnia a través del libro. Y allí empezó a vivir las más extraordinarias aventuras que podáis imaginaros.
Quien entra por esa puerta quiere volver una y otra vez. Si no lo crees, abre sus páginas y descubrirás la magia insondable de la lectura.

Semana Negra, la génesis


Estoy de acuerdo con la afirmación que Manuel de Cimadevilla hace en LA NUEVA ESPAÑA del 11 de julio. Dice: “Es necesario recordar el origen de la “Semana Negra” para dejar a cada cual en su sitio”. Luego narra con pelos y señales una cena en la que supuestamente se crea la “Semana Negra” por insistencia de Silverio Cañada.

El citado articulista convendrá conmigo en que la historia hay que contarla en toda su dimensión esforzándose en alejarla de cualquier mitificación. Falta en su artículo una parte importante y decisiva de la gestación de esa película negra, y no porque él pretenda ocultar la verdad, sino porque creo que no posee las claves para completarla. Si las hubiera tenido no dudo que las habría incorporado a su artículo.

Rebobinemos la película. Vayamos a la génesis de la Semana Negra. Yo puedo contarla porque formé parte del parto y del reparto.

En un principio lo que se pretendía organizar era el IV Encuentro de la Asociación de Escritores Policíacos, de la que Paco Ignacio Taibo II ejercía como vicepresidente. Los anteriores encuentros, sin montajes a su alrededor, se habían celebrado en La Habana, México y Crimea.

Tini Areces, entonces alcalde de la ciudad, ofreció Gijón para acoger a los autores del género negro, antes de que se materializase la propuesta, de gran peso, de llevar esta reunión a Barcelona, apoyada entre otros, por Manuel Vázquez Montalbán.

El Musel, como escenario idóneo de este evento, fue una idea de Juan Cueto y Chus Quirós. Cueto lo relata en “Callejón sin salida”, un brillante artículo sin desperdicio, publicado en el hoy casi inencontrable número cero del periódico A quemarropa. Después de hablar del cambio de rumbo de la novela criminal iniciado por Chandler, Cueto argumenta:

“Resulta que (Chus Quirós y yo) teníamos un impresionante escenario para el género, de escala faraónica, es decir hollywoodiana, pero nos faltaba el resto del género... Cada vez que atravesábamos la frontera del puerto de El Musel…repetíamos lo mismo: aquí hay que hacer algo. Era un escenario en busca de autores. Los fantásticos platós de El Musel exigían la película correspondiente. Y la película en buena lógica escenográfica, en puro rigor hard, sólo podía ser una negra”.

Más adelante cuenta: “Una lluviosa tarde de agosto nos encontramos con dos amigos que arrastraban el problema contrario. Porque Paco Ignacio Taibo II y Silverio Cañada senior no tenían justamente lo que nosotros nos sobraba. Tenían personajes y guión, un excelente puñado de novelistas criminales y el encuentro de escritores del género, pero no sabían dónde meterlos”.

Juan Cueto no sólo encontró “el lugar” por excelencia, sino que elaboró una teoría para fundamentarlo.

Una vez decidido que la reunión de escritores criminales se realizaría en El Musel, quedaba lo más importante: llenar ese apabullante escenario.

A finales del verano de 1987, el entonces director de la Fundación de Cultura Jorge Fernández León, me anuncia que va a realizarse un encuentro de escritores y que, como Coordinador de Bibliotecas, tengo que formar parte del Comité Ejecutivo. La verdad es que traté por todos los medios de eludir el encargo. Estaba metido en otros proyectos y éste suponía una dedicación casi plena. De nada valieron mis excusas.

La organización de aquello, que todavía no tenía nombre definitivo, se asentó en el otoñó del 87 al constituirse un Comité Organizativo con representantes de las más diversas instituciones, presidido por Juan Cueto, y un Comité Ejecutivo formado por Humberto Fernández, Avelino Miravalles, Paco Ignacio Taibo II (que se encontraba en México), Manolo Cuervo (que se retiró a las pocas semanas) y yo.

Nuestra misión era dar salida al enorme callejón sin salida de El Musel. Recuerdo que al ir a ver el puerto desde La Campa Torres, aquel espacio se me antojo imposible de convertir en el gran plató que pretendía Juan Cueto, sobre todo si teníamos en cuenta que el presupuesto destinado a este evento no era precisamente como los de Holliwood.

Al principio apenas sabíamos cuáles iban a ser nuestras funciones como Comité Ejecutivo. Pero poco a poco nos dimos cuenta, un tanto alarmados, que lo que se nos pedía era, nada más y nada menos, que organizar la Semana Negra en su totalidad y, además, dotarla de contenidos. Éramos sólo tres personas para poner a rodar aquella película criminal, dado que Taibo II se hallaba en México y no vendría hasta la primavera.

Así que nos olvidamos de lo imposible de la tarea y nos pusimos manos a la obra. El primer día de trabajo me aferré a mi proverbio de cabecera: “como no sabían que era imposible lo hicieron.

Aunque todos estábamos informados de todo, nos distribuimos los cometidos para ser más operativos. Si no recuerdo mal, a Humberto le tocó organizar un ciclo de cine negro, coloquios en un ring de boxeo, gestionar los chiringuitos, las actuaciones musicales, entre ellas la de Gabinete Caligari, y las exposiciones. Avelino asumió el marrón de gestionar los viajes de todos los escritores (vendrían de todas las partes del mundo, desde Estados Unidos hasta Japón, siguiendo el listado enviado por Taibo desde México) y de gestionar las atracciones, aparte de otras muchas cuestiones administrativas, y de organizar el Tren Negro, que traería a todos los escritores desde Madrid.

A mí me correspondió la vistosa y comprometidísima tarea de elaborar los contenidos. Contenidos, eso sí, que tenían que someterse a la consideración de mis compañeros. Y cada propuesta fue pesada y sopesada en la balanza de un trabajo en equipo riguroso y eficaz. No hubo problema ninguno en decidir organizar una Feria del Libro Criminal, pues resultaba casi lo único que figuraba en el guión previo. Pero sí me costó que se aceptara la propuesta de elaborar un periódico propio y que, para colmo, se titulara A quemarropa. Nadie veía su necesidad. Tampoco que se trajera un circo que por la tarde ofreciera un espectáculo para todos los públicos, y, por la noche, se convirtiera en la gran sala en la que podrían actuar orquestas como la “Pasadena Roof Orchestra”, que también había propuesto. Resultó arduo, así mismo convencerlos para que en ese escenario se representaran cada día acciones teatrales que dirigiría Jaroslaw Bielsski con guiones de Maxi Rodríguez, coordinados por el Instituto del Teatro. O que el periódico fuera voceado por la calle al más puro estilo de la época dorada del cine negro.

Costó, pero se consiguió. Y se llevó a cabo.

En esta rápida mirada atrás, no puedo olvidarme del equipo de diseñadoras, Blu, creadoras de la imagen de la Semana Negra que todavía se mantiene, o el equipo de decoradores que dirigidos por Chus Quirós trataron de convertir El Musel en Chinatatown. Las grandes letras blancas que todavía anuncian este evento son de esa época.

A principios del año 88 nos tocó a Avelino y a mí ir a presentar la Semana Negra a Madrid. Llevábamos la primera mascota, que habían confeccionado en La Coruña el grupo llamado “Barriga Verde”.

No puedo dejar de abordar, en esta apretada síntesis, un asunto al que todavía no he encontrado una explicación satisfactoria: los virulentos y desmesurados ataques que se desataron contra la 1ª Semana Negra nada más anunciarse su celebración. Hubo críticas constantes desde la prensa local, sobre todo. Ahí están las hemerotecas para comprobarlo. La izquierda más radical también se nos tiró a la yugular. Hasta se imprimieron pasquines con nuestras fotos en los que venían a decir que nos estábamos forrando a costa de los ciudadanos o que despilfarrábamos el dinero público. Yo recibí llamadas anónimas insultantes a la tantas de la mañana y hasta fui abordado en el inolvidable café San Miguel acusándome de beneficiarme de todavía no sé qué. Fuimos difamados, acusados y condenados sin jamás tener oportunidad de ser escuchados. Fue un acoso brutal que casi acaba en derribo.

Tampoco conseguí que ningún periodista, y fueron por lo menos cuatro a los que se lo propuse, quisiera dirigir el periódico A Quemarropa. Así que decidimos que yo dirigiera el periódico, para lo que conté con la inestimable ayuda, entre otros, de Carlos González Espina.

Lo que no consigo explicarme es el silencio, o la complacencia posterior de los detractores, cuando cesó aquel comité ejecutivo que hizo posible la Primera Semana y empezó a dirigirla Taibo en solitario. ¿Dónde emigraron los difamadores? ¿A dónde se fueron sus voces airadas? ¿Quién les comió la lengua a aquellos valientes y desaforados denigradores?

Pero volvamos un poco atrás, cuando Paco Ignacio Taibo II llega a Gijón, uno o dos meses mes antes de comenzar la 1ª Semana Negra. Lo veíamos ir de asombro en asombro, alabando alborozado y sorprendido todo lo que se había conseguido preparar durante casi un año.

Porque esa es la verdad de la Semana Negra: todo estaba ya en marcha, todo se encontraba organizado, todo estaba preparado cuando Taibo II llegó a Gijón.

La siguientes semanas negras sólo fueron una continuación de aquella primera que no hizo Taibo II, aunque hay quien piensa que en vez de una continuación fue una tergiversación, pero esa sí que es otra historia.