jueves, 28 de junio de 2007

Frida

Frida
Autor: Jonah Winter
Ilustradora: Ana Juan
Editorial: Alfaguara
(Texto publicado en La Oreja Verde)

Visito con frecuencia el colegio público Sherezade. Voy allí a aprender viendo lo que hacen los niños y las niñas. Esta semana estuvieron pintando autorretratos. Cada uno se pintó a sí mismo con un derroche de color. Era una maravilla ver todos los dibujos embelleciendo el colegio. De lejos parecía que en las paredes había salido el arco irís. Cuando entré en la clase de cuarto, la maestra estaba diciendo:
–Imaginad que os miráis en un espejo y que al marcharos vuestra imagen queda fijada en él para siempre. Muchos pintores se han retratado a sí mismos como si estuvieran mirándose en el espejo.
Una niña preguntó:
–Seño, ¿sólo hubo pintores que hicieron autorretratos, ¿no hubo pintoras?
–Bueno –contestó la maestra riendo–, cuando dije pintores me estaba refiriendo a pintores y pintoras. Y, de entre todas las pintoras que se pintaron a sí mismas quiero destacar a la mexicana Frida Kahlo. Fue una mujer y una pintora extraordinaria. Precisamente acaba de aparecer un libro en el que se nos relata, como si fuera un cuento, la atormentada y difícil historia de su vida con hermosas ilustraciones y un sencillo texto.
–¿Por qué tuvo una vida atormentada y difícil? –preguntó un niño.
Porque de pequeña sufrió una enfermedad que la mantuvo mucho tiempo en la cama. Durante esa enfermedad empezó a dibujar para liberarse de la tristeza. Años después de esta desgracia, sufre un tremendo accidente del que ya nunca se recupera. Su cuerpo le dolerá siempre. Sin embargo, nunca dejó de pintar.
–¿Y cómo podía pintar con dolores? Cuando yo estuve mal de mi pierna derecha, y me dolía –comentó otro niño–, no podía ni leer ni estudiar ni nada, el dolor no me dejaba concentrarme.
–Ya ves, ella tenía dolores terribles, pero también mucha fuerza, y no se dejó vencer ni por el dolor ni por la enfermedad.
–¿Cómo eran sus dibujos de niña?, ¿se parecían a los nuestros?
–No sé si se conserva algún dibujo de cuando era niña, pero estoy segura de que vuestras pinturas tienen el mismo colorido y energía que las que ella hacía.
–Seño, ¿por qué no ponemos un letrero grande encima de nuestros autorretratos que diga: Nos pintamos igual que hacía Frida –dijo una niña con gafas de montura azul.
–Me parece una estupenda idea. Y, junto a los dibujos, colocaremos el libro Frida.

Yamina
Autor e ilustrador: Paul Geraghty
Editorial: Zendrera Zariquiey
(Texto publicado en La Oreja Verde)

“Paco, por favor, recomiéndanos un libro sobre África, pero que pasen cosas, que sea emocionante”, me pidieron un grupo de niños y niñas de 7 años.
Y, sin dudarlo les sugerí leer Yamina. Les comenté:
“El libro que os recomiendo se titula Yamina. Es la historia de una niña africana que de mayor quiere ser cazadora.
Un día, Yamina, sale de la aldea con su abuelo en busca de miel. Él se concentra en seguir el rastro del pájaro de la miel que le conducirá hasta donde se encuentra tan apreciado alimento. Ella juega a ser cazadora persiguiendo a imaginarios elefantes, rinocerontes y leones.
De repente, Yasmina se da cuenta de que se ha adentrado demasiado en la selva. Busca a su abuelo, pero no lo encuentra. Está pedida. La compañía de su abuelo le daba la seguridad necesaria para jugar. Ahora que se ha perdido, ya no quiere jugar. Tiene miedo. Oye los sonidos de la selva como avisos de peligro que la acechan por todas partes.
Entre esos ruidos sobresale de improviso uno: es un grito triste y desesperado. A Yamina se le encoge el corazón. ¿Quién lanzará ese lamento? Tras mucho andar, descubre que el autor de esa angustiosa queja es un bebé elefante. Los cazadores han matado a su madre y él permanece a su lado, pidiéndole con sus gritos que vuelva a la vida.
Yamina lucha contra su miedo. Quiere ayudar al elefantito. Tiene que sacarlo de allí antes de que regresen los cazadores. ¿Qué puede hacer?
Venid. Adéntraros en la selva de este libro. Sus maravillosas ilustraciones os introducirán en el hermoso y, a veces, inquietante paisaje de África.
Al leerlo viviréis la odisea de Yamina con la misma intensidad que ella”.

Mi vida con una ola
Adaptación de un cuento de Octavio Paz realizada por: Catherine Cowan.
Ilustrador: Mark Buehner
Editorial: Kókinos
(Texto publicado en La Oreja Verde en el número 669)

Pablo, ha abierto el libro Mi vida con la ola. Lee en voz alta en medio de la calle, sin preocuparse por la gente que pasa a su alrededor y lo mira extrañada. Lee:
“La primera vez que fui al mar, me enamoré de las olas. Cuando ya abandonábamos la playa, una ola se escapó. Y cuando las demás olas intentaron detenerla, sujetándola por su vestido flotante, ella me agarró de la mano y juntos huimos saltando por la rugosa arena”.
Llaman a Pablo para darle la merienda, pero él no oye nada. Está ensimismado tratando de averiguar qué pasará con la ola y su amigo.
¿Conseguirá llevarla a su casa?
Su padre le da un bocadillo. Él lo come sin mirarlo. Está escuchando con los cinco sentidos lo que dice el niño del cuento.
“Nuestra vida era un juego perpetuo.”
–Cuánto me gustaría –piensa Pablo, también en voz alta– tener una amiga así.
Se deja llevar por este deseo mirando las fabulosas ilustraciones del libro. Y se imagina yendo al colegio montado encima de su ola. Y, en vez de sentarse en su silla, se quedaría en lo alto de su amiga, ante la admiración de sus compañeros.
Vuelve al cuento. Comprueba que la amistad con un trozo de mar no va a ser tan fácil. La ola, acostumbrada a la libertad del océano, no acaba de adaptarse a las estrecheces de una habitación. El niño lee, cada vez más interesado, que la ola “cambiaba de humor como cambian las mareas.”
La ola se vuelve cada vez más arisca, más intratable, más violenta. Hace a todos la vida imposible con su comportamiento colérico y caprichoso.
–Ay, ¿qué pasará? –se pregunta Pablo con el corazón encogido.
Está preocupado, pues igual que el niño del cuento, le ha cogido mucho cariño a la ola.
Pero no puede averiguar cómo acaba esa historia. Lo llaman para ir a casa. Su padre no le permite ir leyendo por la calle. Le dice, como si hubiera leído el cuento, que eso es más peligroso que tener una ola en casa. Pero a Pablo no le importan los peligros, sólo quiere, como cualquier lector que se adentre en este libro, saber qué pasará con la ola.