lunes, 11 de junio de 2007

Jaime de cristal

Jaime de cristal
Autor: Gianni Rodari
Ilustraciones: Javier Aramburu
Editorial: SM
Una niña de tercero le dijo a su madre nada más salir del colegio:
–Mamá, hoy ha estado en clase un cuentacuentos.
–Ah, qué interesante, ¿y qué os contó?
–Un cuento precioso de un niño que era de cristal.
–¿Cómo se titulaba el cuento?
–Se titulaba Jaime de cristal.
–¿Un niño de cristal? Eso es muy fantástico, ¿no? ¿Puede existir un niño así?
–En la realidad, no, mamá, pero en los cuentos sí. El contador nos dijo que en los cuentos todo era posible.
–Claro, es cierto.¿Y de qué trataba ese cuento que tanto te gustó?
–Pues de un niño transparente. Era como cualquiera de nosotros, pero parecía de cristal. Desde fuera se le veía el corazón, el cerebro y hasta los pensamientos y los secretos.
–Si se le veía todo, se le verían hasta las mentiras, ¿no?
– Sí, claro. Una vez dijo una mentira, pero se le notó tanto que, desde entonces nunca más mintió a nadie. Cuando el contador leyó que todos lo querían por su sinceridad, nos preguntó qué significaba la palabra sinceridad. Casi todos mis compañeros dijeron que era ser muy bueno, hasta que un niño dijo que una persona sincera era la que siempre decía la verdad.
–Sigue contándome ese cuento, hija, que tengo muchas ganas de saber lo que pasó.
–Bueno, ahora viene lo malo.
–¿Cómo que viene lo malo? Sigue, hija, sigue que me tienes en ascuas.
–Pues ocurrió que un dictador se apoderó del país de Jaime de cristal y persiguió a todos los que no estaban de acuerdo con él. Al llegar a esta parte, el contador nos preguntó qué era un dictador. Y, poco a poco supimos que se trataba de un abusón que obligaba a todos por la fuerza a hacer lo que a él le apetecía. Y si alguien no estaba de acuerdo con sus órdenes, lo encarcelaba o lo mataba.
–Ahora ya estoy más enganchada en ese cuento, ¿qué pasó con Jaime de cristal?
–Tranquila, mamá, que sigo. Pues como se le veían los pensamientos, y siempre era sincero, todos podían darse cuenta de que Jaime, aunque no lo dijera con palabras, condenaba las injusticias, los abusos y la violencia del tirano.
–Y sus pensamientos, ¿no los vio también el dictador?
–Sí, por supuesto que los vio. Y, al ver lo que pensaba Jaime de él, el malvado encerró a Jaime en la cárcel. Pero también la cárcel se volvió transparente y todos seguían viendo los pensamientos de Jaime. Él representaba la verdad, y la verdad es más fuerte que cualquier cosa.
–Hija, te gustaría ir a la biblioteca y sacar ese libro.
–Sí, mamá, me parece una buena idea, así puedo volver a leerlo y leerlo tú también si te apetece.
–Ya lo creo que me apetece, hija.

Frederick
Autor e ilustrador: Leo Lionni
Editorial: Lumen
(Texto publicado en La Oreja Verde)

Esteban, de 10 años, estaba tan concentrado escribiendo que ni se dio cuenta de que Mónica, su madre, acaba de llegar a casa después de un largo día. Ellos dos vivían solos.
«Ah de la fortaleza», saludó Mónica de manera muy teatral, «no hay nadie en el castillo que me abra el puente levadizo de su hospitalidad y me otorgue el don de un saludo, de un beso, de un hola qué tal, mamá. ¿Nadie habita en el interior de estos muros de gélido silencio?»Esteban salió de repente de su concentración.
«Ay, hola mamá, no te había oído, estaba escribiendo, perdona».La madre siguió la broma.
«Te perdono, Caballero Ensimismado, si a cambio me muestras eso que has escrito y cuya ocupación te ha producido una sordera total».
«Este es», dijo Esteban imitando el tono y las formas teatrales de su madre, «mi documento del perdón».
Su madre tomó el papel que le ofrecía y leyó:
«Pájaro cantor. Pájaro, intrépido volador, surcador de los cielos, cantor del alma. Reflejo del sol, mensajero del viento».
«Precioso, Esteban, me encanta».
Y siguió leyendo.
«Sol y lluvia. Sol y lluvia, sangre pura, alma despedazada por una gota cristalina. De amor puro».
Bueno, bueno, comentó la madre. Está muy bien.
«Hay más», le indicó Esteban.
Su madre volvió a concentrarse en el papel.
Desastre, se titulaba lo último que su hijo había escrito.
«Desastre. Palabra desordenada, juguetona y alegre. Es la palabra que más me gusta. Es la palabra que tengo en mi corazón».
«Te concedo, hijo mío el perdón, pues me ha entusiasmado lo que has escrito. Mira por donde voy a tener un hijo Frederick».
«¿Qué es eso de Frederick?, mamá».
«Es un cuento estupendo que estuve leyendo hoy, y que habla de ti. Mañana te lo traeré».
Al día siguiente, Esteban esperaba a su madre con impaciencia. Sentía mucha curiosidad por saber cómo un cuento podía hablar de él.
Su madre llegó con el mismo humor que el día anterior.
«Caballero Esteban, aquí le hago entrega de lo prometido», le dijo mostrándole un libro en cuya cubierta aparecía un ratón con una flor.
Esteban miró primero el libro por fuera, lo hojeó después nervioso, como buscando algo que no acababa de encontrar, y al fin exclamó con cierta decepción.
«¡Mamá, pero si este es un libro de ratones».
«¿Y?», preguntó de manera escueta su madre.
«Que me dijiste que era un libro que hablaba de mí».
«Y de ti habla, querido, pero para averiguar lo que dice tienes que leer el texto, no conformarte sólo con mirar sus hermosas imágenes».
Picada de nuevo su curiosidad, Esteban empezó a leer aquella historia de ratones para saber quién era Frederick y en qué se parecía a él.
Y pronto supo que, aquel ratón, mientras los demás trabajaban en «cosas útiles», él se dedicaba a recoger rayos del sol, colores para el invierno y palabras, palabras y más palabras.
Cuando terminó de leer el libro, miró a su madre y le dijo:
«Gracias, mamá, me ha gustado mucho. ¿Pero de verdad crees que yo soy como el ratón protagonista de esta historia?»
«Ya lo creo que sí, Esteban, lo que has escrito me ha demostrado que tú también eres un Frederick, que tú también eres un poeta».

Bolboretas. Mariposas
Autor: Xavier P. Docampo
Ilustrador: Xosé Cobas
Editorial: Everest
(Texto publicado en La Oreja Verde)
Imaginemos a dos casi adolescentes, a los que llamaremos Laura y Ramón. Imaginemos que les piden en clase escribir un poema sobre un libro. Imaginemos que escogieron el libro titulado Bolboretas. Y, por último, imaginemos que esto fue lo que escribieron.
Vimos revolotear
el libro entre las mesas.
Se posaba en las manos,
se detenía un momento,
sólo un momento,
y de nuevo abría las alas
y desaparecía volando.
Y volvía a aparecer de repente
mirándonos de frente,
como si nos quisiera
invitar a volar.
Nos mostraba
la belleza de sus colores,
de todos sus colores,
y la belleza de las palabras
que guardaba dentro
de la belleza
de sus colores.
Y quisimos atrapar
sus palabras con la boca
para que no
las llevara el viento.
Y uno cogía la frase:
“Pasear por los caminos”,
y otro: “Cuidado de no
hacerle ningún daño”.
Y así fuimos llenando
la boca de palabras
y de frases
que no entendíamos
del todo, pero que nos
hacían cosquillas
en la lengua.
Y nos echábamos a reír,
a reír, y las dejábamos huir.
Al pasarnos
las palabras
de boca en boca,
sin hacerles daño,
sentimos su temblor,
como si fueran
temblores de alas
de mariposas.
Y de pronto
supimos lo que
significaba tener
miles de mariposas
volando dentro,
muy dentro de nosotros.